Un viaje tan tranquilo que Colón falseó su diario

En la madrugada del 11 al 12 de octubre de 1492 la expedición de Cristóbal Colón avistó tierra, tras 37 días de navegación. Mucho se supo gracias a la bitácora de viaje, sin embargo, algunos expertos fueron por más detalles. Aquí, una introducción a la intimidad de uno de los viajes más importantes para la historia de la humanidad.

El viernes 3 de agosto de 1492 Colón emprendió su viaje por el océano Atlántico y lo hizo, sin saberlo, en plena temporada de huracanes en el Atlántico Norte y el Caribe, que tiene comienzo el 1 de junio y final el 30 de noviembre.

La expedición no comenzó del mejor modo porque tres días después de salir de Palos de la Frontera, a la altura de Canarias, el mástil de la Pinta se quebró. El almirante tuvo que prolongar casi un mes la estancia prevista en las islas españolas por culpa de las reparaciones.

Como cada año desde que se tienen registros, se desarrollan entre ocho y 10 huracanes o tormentas tropicales durante las semanas en las que viajó Colón, los expertos señalan que la expedición se libró de los fenómenos meteorológicos por tener que parar a arreglar la embarcación dañada.

Finalmente, el 6 de septiembre se re-inició el viaje desde La Gomera en un trayecto que no sólo estaba llamado a hacer historia sino también a batir el récord de la época de permanencia en alta mar.

Lo primero que sorprende al examinar el diario de Colón es lo tranquilo que resultó el viaje en términos meteorológicos: de los 37 días que emplearon en cruzar el Atlántico solamente llovió en dos de ellos.

Otro dato curioso es que en las primeras jornadas, los marinos navegan tan rápido que casi a diario Colón apunta menos leguas de las que realmente recorren, para que la tripulación no se asuste y piense que está más cerca de las costas europeas.

Es sus anotaciones diarias hay indicativos indirectos del tiempo atmosférico que acompañó a Colón. En su continuo desplazamiento hacia el oeste su navegación se volvió mucho más lenta por la ausencia de viento. A finales de septiembre entró de lleno en la “latitud de los caballos”, una zona de calmas casi perpetuas que los marineros de siglos posteriores trataron de evitar a toda costa. El día 23 encontró mucha mar de fondo con vientos casi nulos, señal de que un sistema de bajas presiones con fuertes vientos asociados se encontraba no lejos de allí. ¿Quizás un huracán o tormenta tropical? Con la llegada de octubre consiguieron abandonar la zona del anticiclón, el viento volvió a soplar con fuerza y aceleraron su marcha hasta avistar tierra la madrugada del 11 al 12.

Las semanas posteriores al descubrimiento de América también se caracterizaron por un tiempo apacible “con aires suaves y dulces como los de mayo en Andalucía”, escribió Colón en su diario.

De no haberse producido el retraso en su reparación la llegada al nuevo mundo se hubiera adelantado tres semanas en pleno apogeo de la temporada de huracanes (sobre el 21 de septiembre).

En todas aquellas jornadas el tiempo lo acompañó y hubo pocos días con aguaceros. Pero el tiempo no había dicho su última palabra y durante el viaje de regreso quiso cobrarse venganza. A pocos días de su llegada, el 12 de febrero, la expedición se vio sorprendida por una terrible tempestad que duró tres jornadas. Probablemente se trató de una borrasca profunda y fue tan poderosa que separó para siempre a la Pinta y la Niña: la primera acabaría en Galicia y la segunda en Lisboa (la Santa María había encallado en el Caribe semanas atrás).

Cuando pensaban que su última hora había llegado el tiempo calmó y, justo al día siguiente y sin apenas provisiones, Colón divisó las Azores. Como si de un final de película se tratara.

 

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