El tráfico de arena y sus devastadores efectos ambientales

Después del agua, la arena es el recurso natural más demandado. Sin embargo, el rápido crecimiento urbano del planeta ha convertido este material humilde en un bien escaso.

Según un informe de Naciones Unidas, el 54% de la población mundial vive en zonas urbanas y se prevé que la cifra aumente hasta el 66% en 2050. Este desarrollo urbano exige cantidades ingentes de arena para el cemento.

El problema es que la formación de arena es un proceso natural lento, que requiere años, y la demanda es superior a la capacidad de regeneración y suministro de la propia naturaleza.




Según detalla en un artículo del diario El País de España, Pascal Peduzzi, jefe de la Unidad de Cambio Global y Vulnerabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y autor del informe Arena, más escasa de lo que uno cree (2014), una casa de tamaño medio necesita 200 toneladas de arena; un hospital, 3.000; un kilómetro de autopista, 30.000. Con esas cifras, se sabe que cada año se extraen unos 59.000 millones de toneladas de materiales alrededor del mundo; hasta el 85% es arena para la construcción.

Las consecuencias medioambientales son irreversibles: destrucción de los hábitats, degradación de los fondos marinos, incremento de materiales en suspensión, aumento de la erosión… De continuar el ritmo vertiginoso de la extracción de arena, las generaciones venideras se encontrarán con un entorno de paisajes lunares, playas de rocas y agitadas olas, ríos y pantanos secos, territorios áridos y extinción de la flora y la fauna.

El negocio de la arena es tan lucrativo que se ha vuelto un fenómeno mundial, expandiéndose a la misma velocidad que la urbanización. Lo que hace un cuarto de siglo era una materia prima mundana, abundante y barata, es hoy un recurso escaso. Su ­explotación es difícil de controlar, porque está al ­alcance de todos. Pese a que cada vez hay más normativa que regula su extracción, todavía no es suficiente.

 


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