Martín Sivak y cómo sobrevivir al murmullo de los padres

Con once entrevistas a cuestas y cuatro más por delante, Martín Sivak no paraba de hablar de su papá con extraños desde las ocho de la mañana. No por un mero acto de exhibicionismo, eso a lo que tanto teme acercarse, sino porque su última publicación “El salto de papá” (Seix Barral, 2017), se convirtió -inesperadamente para él- en el libro del año.

Sivak cerró la vigésimo primera edición de “Verano Planeta”, el ciclo que persigue acercar a escritores y lectores y que cada temporada se presenta en las ciudades de Mar del Plata y Pinamar.




Antes, Telégrafo pudo entrevistarlo para ahondar en la búsqueda que lo llevó a escribir, a lo largo de 8 años, la historia de Jorge Sivak, que no terminó con su suicidio, acontecido en 1990, sino que se prolongó en ese “murmullo de los padres” que según el crítico literario Luis Chitarroni, a uno lo acompaña toda la vida.

Ese murmullo se exteriorizó en forma de libro, de pase de factura, y en la historia universal de un padre y su hijo, pero que en las particularidades de los Sivak llevan a recorrer en poco más de 300 páginas también a la historia argentina más reciente, a la de la dictadura, el exilio, el regreso, la democracia. Guerrilleros, montoneros, militares, comunistas, los más variados sujetos históricos tienen lugar en este relato del que Martín Sivak es a la vez testigo y protagonista.

 

 

-¿Por qué escribir este libro?

-Porque no podía no escribirlo, como algo que tengo atragantado. Luis Chitarroni, el crítico literario, en una de las presentaciones, habló del murmullo de los padres. Del murmullo que a uno lo acompaña toda la vida, se hayan muerto o estén vivos. Ese murmullo de los padres a mí me acompañó en las singularidades, de la manera en que mi papá murió, pero no solamente por eso. Por ahí sin saberlo, siempre pensé que debía escribir esto.

-Se comparte el mundo privado, el de las emociones, con una investigación periodística hasta rigurosa.

-No sé si fue tan rigurosa, sino que hablé con las personas que quería hablar. Cuando escribí la historia de Clarín (Clarín, el gran diario argentino: una historia. Planeta. 2013) fueron como 780 entrevistas, años y años, un nivel de minuciosidad que lo pienso ahora y ya de contarlo me canso. En este caso, no quería hacer una especie historia equilibrada y matizada. Acá hay ajuste de cuentas, hay broncas familiares, arbitrariedades, muchas cosas que con mi trabajo de periodista no es mi estilo. Este libro me dio también esas licencias.

-¿Qué buscabas con la parte periodística?

-Escribí la primera parte viviendo fuera de la Argentina. La única lectora, Gabriela Esquivada, me dijo “falta la voz de tu papá”. La única manera de encontrarla era hacerlo hablar con las personas que lo trataron, armar un poco el rompecabezas, la historia. Tengo mucha memoria visual, en esas entrevistas me ayudó a reconstruir cosas y descubrir cosas que no sabía. Hubo algunas revelaciones, pero no me cambiaron, me ayudaron a entender y a pensar algunas de mi papá. De esas 30 o 40 personas que entrevisté creo que no hubo una sola que no se haya puesto a llorar hablando de mi papá. Era una persona muy querida. Fue muy bueno. Fue un poco experimental todo esto, la escritura, los entrevistados, la estructura. La experimentación es lo que me da las entrevistas, las cartas, los archivos, los expedientes, los recuerdos, los enojos y también poder reírme. Si no podía jugar o escribir con el absurdo muchas cosas delirantes de mi papá o de los personajes que lo rodeaban, no hubiese podido.

-¿Por qué tardaste 8 años en publicarlo?

-Tardo en escribir. Durante esos 8 años hice mi tesis doctoral, publiqué los dos libros de Clarín y tenía que vivir. Esto era, actividad de fin de semana: el padre. No es que yo estaba todos los días, tenía urgencias del mundo real. No era mi actividad principal.

-¿No tuvo que ver con lo emocional?

-También. Era lo emocional, la necesidad de reescribir, de la distancia. Tenía que encontrar un tono, y hasta llegar a eso, lleva tiempo. Los años fue la combinación de tener que hacer otras cosas mucho más urgentes y al mismo tiempo las dificultades de este libro, y sobre todo para cerrarlo. Todo fue muy transpirado. Fue un libro de muchas vueltas.

-¿Fuiste consciente de todo lo que ibas a tener que hablar de tu papá públicamente?

-No, para nada. No es falsa modestia. Cuando entregué el libro, el director de Planeta, Ignacio Iraola, me dijo que iban a sacar 4 mil ejemplares. Le dije que era un año pésimo, que fuéramos con 2.000, 2.500 (N de R: el libro va por su octava edición). No tenía ninguna expectativa de venta, de repercusión ni de nada, quería escribirlo, estaba aliviado de haberlo podido terminar. Lo escribí pensando más en la gente que me rodeaba.

-¿Qué te pasa con la exposición?

-De este libro sí sabía algo de la parte pos publicación, que quería hacer una presentación en la que estuviese mi hermano, Daniel Viglietti, Claudia Piñeyro, que son personas muy importantes en la vida de mi papá. Eso era lo que quería. Trato de hablar del libro, al principio no controlaba tanto y me ponía a llorar en las entrevistas. En la primera entrevista, la noche anterior me había entrenado para decir que estaba perfecto, y lloré. Realmente me sentí muy ridículo, pero es el trabajo.

-¿Se te acercó mucha gente con su historia?

-Sí, y sigue pasando mucho. Recibo mensajes muy privados e íntimos de lectores, de gente que no me conoce. Cuando uno escribe de cosas tan íntimas, se habilita esa conversación. Lejos de asustarme, me gusta. Todos los mensajes que recibo los contesto. Es una sensación muy linda que la desconocía.

-Lo bueno es que la vida de tu papá fue tan rica, tan variada y extravagante, que no todo se centra en el suicidio.

-El libro sabía que iba a empezar por el día del suicido y que iba a volver mucho a eso porque me acompaña y me va a acompañar toda la vida, pero no quería que sea una cosa solo sobre el suicidio. Hubiera sido muy tramposo de mi parte, la vida de mi papá fue muchas otras cosas que intenté recuperar. Fuimos muy felices, entonces hay una cosa de mirar hacia adelante. Poder escribir saliendo del lugar de la tragedia fue muy importante.

-Se puede decir que tu papá te participaba de casi todos los aspectos de su vida, incluso algunos que tal vez podían no ser propios de la edad.

-Era el estilo de mi papá. Si pienso en relación a cómo soy con mi hijo, yo desciendo al mundo de mi hijo. Hago todas las cosas de mi generación. Mi papá era al revés, los niños íbamos al mundo de los adultos. Nosotros participábamos de esas conversaciones. Era un modo de educarnos y de generarnos curiosidad por el mundo. ¿Cómo los hijos no iban  a participar de ese mundo que a él lo fascinaba? Se movía más por desarrollarnos una curiosidad intelectual, por esos mundos que había en la casa que era muy diverso: policías, exguerrilleros, militantes de izquierda, militares, políticos. Y muchas de las cosas que yo escribí después como periodista fueron como continuaciones de esas escenas.

-¿Coincidís en que “El salto de papá” es el “más implacable pase de facturas de toda la historia testimonial argentina”, como dijo Matías Bauso?

-Sería un poco vanidoso de mi parte comparar, pero hay un ajuste de cuentas familiar. Cada uno elige contar la historia que quiere contar. Esta es mi versión, ellos tendrán la suya, con eso no discuto. La lectura que más me importaba era la de mi hermano, fue el único que tuvo derecho a veto. Le mandé el libro cuando estaba a punto de entrar a imprenta y me hizo una devolución muy hermosa. Es la única parte del libro que releo porque me emociona la reacción de mi hermano frente a lo que escribí y punto.

-En el libro decís que buscabas respuestas sobre el suicidio de tu papá y también que no las encontraste ¿vas a seguir buscando?

-No, este libro es una especie de mapa del estado de las sensaciones y las versiones sobre la vida y la muerte de mi papá. Al principio tenía mucha necesidad de saber por qué se había matado y con el tiempo me resigné a no tener esa gran respuesta.

-¿Aún sostenes que este libro no fue sanador?

-Reniego de esa idea de la escritura como sanación. Hablo por mi experiencia vital. Si algunos se han sanado gracias a la escritura, bien por ellos. En mi caso no tuvo ese efecto sanador. Sería darle demasiado poder a la escritura. Escribí esto, valió la pena hacerlo, pero ni cerré ni me sané.



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