Los datos oficiales sobre la deuda externa en la Argentina llegan hasta junio pasado y marcan una subida de 20 puntos, hasta los 307.295 millones de dólares, equivalentes al 56% del PBI. Según referencias privadas la cifra a diciembre es de 342.000 millones de dólares, un 35% más que hace dos años.
El consenso general entre algunos economistas y el gobierno es que la situación aún es sostenible. Las discrepancias surgen sobre lo que puede ocurrir a largo plazo, sobre todo porque la batalla contra el déficit fiscal podría dar cifras negativas récord, con un rojo de 8.000 millones en dólares.
“Nos estamos financiando a las tasas más bajas de la historia, incluso más que en los años 90, cuando había niveles de 12 y 12,5 puntos. El promedio de 2017 fue levemente inferior a 4,5 puntos. Esto nos permite elegir este sendero”, explicó Luis Caputo, el ministro de Finanzas, al defender la política económica.
“Es un índice bajo con respecto los países desarrollados y de la región. Como dijimos muchas veces este endeudamiento es transitorio y perfectamente sostenible, descenderá a partir de 2021”, aseguró Caputo.
Argentina viene de la cesación de pagos unilateral en 2001, la reestructuración de la deuda acordada entre el 92% de los tenedores de bonos y el gobierno de Néstor Kirchner y el litigio resuelto en 2016 con los fondos de inversión especulativos que no aceptaron ese arreglo.
Juan Carlos Latrichano, catedrático de historia macreconómica en la Universidad de La Matanza (ULaM), habló al respecto del tema con el diario El País de España: “El gobierno todavía tiene aire, pero todo depende del acreedor. Los aplausos externos son para la galería, porque la realidad es otra. Nosotros éramos los chicos mimados del Fondo Monetario Internacional antes del 2001 y ahí terminamos. El dinero no tiene corazón”.