Tierras raras es el nombre común de 17 elementos químicos: escandio, itrio y los 15 elementos del grupo de los lantánidos (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio).
La vida moderna no sería lo mismo sin ellas: están en los móviles, tabletas y ordenadores, pero también en las cámaras fotográficas, aerogeneradores, bombillas de bajo consumo y en algunas aplicaciones militares como en las gafas de visión nocturna o en las armas de precisión (guiadas por láser o satélite).
Por esas razones estos minerales se han convertido en una de las principales demandas de las dos grandes potencias del planeta. China —el líder en producción desde hace más de tres décadas y con las mayores reservas del mundo— y Estados Unidos —que acaba de volver a la industria en el rubro— y busca la autosuficiencia, pues el 80% del consumo de estos elementos procede del gigante asiático.
El presidente Trump ya dio el primer paso el año pasado y ayudó a la recuperación de la única mina de tierras raras norteamericana, ubicada en California. El país elevó así la producción un 44% y pasó de la cuarta a la segunda posición en la tabla mundial con un 12% del mercado.
La cuota por ahora es muy lejana a la china, que llega al 63%, de acuerdo con las cifras del Servicio Geológico de EE UU., pero el movimiento es estratégico y dará frutos a la incipiente industria estadounidense.
China comenzó a extraer cantidades importantes de tierras raras en los años ochenta del siglo pasado. Durante la década siguiente ya controlaba el 28% de la producción, por detrás de EE UU, que copaba el 38%. Después, el gigante asiático fortaleció su posición al vender los metales por debajo del precio de otras empresas. Las empresas estadounidense y muchas otras minas en todo el mundo no pudieron competir y cerraron. Entre 2008 y 2010, Pekín llegó a controlar alrededor del 95% del mercado. Sin embargo, su hegemonía extractiva se ha visto menguada en los últimos años a pesar de que su producción ha crecido de manera constante desde 2012. Ello se debe a la aparición de diversos jugadores (EE UU, Australia, Myanmar, entre otros) que quieren un trozo de esa economía.
Groenlandia
The Wall Street Journal publicó el pasado mes de agosto lo que pudo haber sido una irrealidad, pero no fue así: “El presidente Trump contempla una nueva compra de bienes raíces: Groenlandia”.
La intención del presidente norteamericano resultó real y, a pesar de las críticas, no es cualquier ocurrencia. La isla (región autónoma de Dinamarca) es una rica fuente de materias primas, sobre todo de tierras raras.
Allí se desarrolla el proyecto Kvanefjeld —liderado por la australiana Greenland Minerals, donde la china Shenghe Resources tiene participación—, que en el futuro pretende suministrar entre un 20% y 30% de la demanda global de esos metales.