El legado deportivo, la principal razón para justificar las inversiones millonarias que requirieron los últimos Juegos Olímpicos, genera muchos debates en Brasil.
Una imagen que ha dado la vuelta al mundo muestra como la piscina olímpica de Río, donde se despidió el gran Michael Phelps el pasado año, es un festival para los mosquitos y se ha convertido en la enseña del legado olímpico de Río de Janeiro por estos tiempos.
Cinco meses después de apagarse la llama olímpica, no queda nada del brillo del mayor evento deportivo del mundo en una ciudad ahora en decadencia por la crisis económica.
Los bulevares del Parque Olímpico, que unían las principales instalaciones, están abiertos al público desde hace casi un mes, pero desde agosto último solo han servido para una cosa: un campeonato de volley-playa. No hay un calendario cerrado de eventos deportivos y, de momento, el mayor acontecimiento previsto en el lugar será justamente de otro rubro: el festival de música Rock in Rio, en septiembre.
Según publica el diario E l País en un artículo al respecto, el costo de mantener el lugar se acerca a los 30 millones de reales por año.
El gobierno de Río es, por su parte, responsable del desmontaje del Parque Acuático, que implicaba en un principio trasladar las dos piscinas olímpicas a diferentes partes de la ciudad pero que al final van a destinarse a entrenamientos de alta competición del Ejército. También debe trasformar el pabellón Arena 3, donde se celebraron las competiciones de yudo y taekwondo en un gimnasio olímpico para cerca de 1.000 alumnos. La inauguración no tiene fecha.
La Arena del Futuro, que acogió la competición de balonmano, aún espera licitación para ser desmontada y convertida en cuatro escuelas municipales.
Londres, sede de los Juegos en 2012, también se tomó su tiempo para recuperar la actividad en el parque olímpico, exactamente 19 meses. Según refiere el diario español, en eso se sostienen en la Secretaría municipal de Deportes para pedir paciencia.
“Contratos y convenios están cerrados, pero no se desmontan estructuras que tardaron años en construirse en unos pocos meses” dijo el alcalde que trajo los Juegos a Río y que acaba de dejar el cargo, Eduardo Paes de 47 años, gobernante por el Partido Movimiento Democrático Brasileño.
Sin embargo, Pedro Trengrouse, profesor de gestión deportiva de la Fundación Getúlio Vargas, insiste: “Londres tenía un plan, Brasil no. El principal legado de Londres fue la revitalización de áreas degradadas de la ciudad. Muy diferente de lo que ocurrió en Río, que invirtió principalmente en Barra de Tijuca, una de las áreas más caras de la ciudad”, lamentó el especialista.
Otro que se suma en esa línea es el fiscal Leandro Mitidieri. “No hubo una preparación para la reutilización de las infraestructuras”, denuncia quien pasó los meses previos a los Juegos exigiendo a las autoridades un plan para el día después. Solo lo consiguió el día de la inauguración, el 5 de agosto, y gracias a una orden judicial. “Incumplieron la promesa de descontaminar el 80% de la Bahía de Guanabara [sede de las competencias de vela]”, denunca Mitidieri.
El principal templo del fútbol brasileño, Maracaná, donde la selección conquistó el oro, representa, con su césped seco y sus asientos arrancados, la peor cara de la resaca olímpica. Un conflicto entre la gestora del estadio y el Comité Rio 2016 ha dejado en el aire su gestión. Y en el gobierno, donde hay problemas con los fondos para poder pagar a sus funcionarios, esperan que el problema se resuelva solo con una nueva licitación.