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La historia de Daniel Scarpellino, el guardavidas que le salvó la vida a los integrantes de La Renga

Daniel Scarpellino

Era febrero de 1985 y el mar estaba “picado” en Villa Gesell, sobre todo en el sur de la ciudad. A sus 31 años, Daniel Scarpellino trabajaba de guardavidas en las playas de los camping de la familia Gesell, y aunque contaba con más de 10 años de experiencia no imaginaba que ese día le iba a salvar la vida a cuatro amigos de su infancia: los integrantes del grupo La Renga. 

Los jóvenes rockeros que por ese entonces tocaban en pubs y grababan sus canciones en cassettes, solían veranear en la zona de Paseo 160 y Avenida 3. Esa mañana, tras una fiesta donde habrían tomado alcohol, los músicos bajaron a la playa y se metieron al mar. Con algunos minutos de diferencia todos terminaron siendo arrastrados por un “chupón” (corriente de resaca) que los llevó varios metros adentro.




Así le salvó la vida a los integrantes de La Renga

Tras ver la situación que se desencadenó muy rápido, el joven guardavidas comenzó a correr, con la suerte de que su amigo y colega Miguel Bernardou iba a saludarlo y no dudó en ayudar. Por aquellos años, el puesto más cercano al de Scarpellino se encontraba recién a 2.200 metros y a 1.500 metros Prefectura.

Cada uno con una rosca, lograron sacarlos del agua.

“Dejame que me muero, dejame que me muero, salvate vos”, cuenta que le decía Chizzo Nápoli ese día en medio del rescate. Recuerda que para despabilarlo por el efecto del alcohol y el movimiento de las olas, le daba algún que otro cachetazo.

Por haber aspirado agua y la posibilidad de generar un edema pulmonar, dos de los integrantes de la banda fueron hospitalizados, al igual que los guardavidas, quienes sufrieron una gran deshidratación por estrés.

 

Daniel Scarpellino, más de 45 años como guardavidas. (Fotos Ricardo Stinco)

 

Mejor prevenir

Los años pasaron y Daniel Scarpellino tiene la edad para jubilarse. Pero no quiere. “Si me tengo que retirar me voy a mudar de Villa Gesell porque creo que me voy a morir viendo el mar y no pudiendo trabajar de esto”, dice mientras habla con Telégrafo y mira el mar.

Un guardavidas experimentado puede mantener una conversación con otra persona sin perder detalle de lo que pasa a su alrededor. Casi como un búho con un campo de visión de 360 grados, Scarpellino sabe que mientras una pareja está pasando la rompiente, una mujer juega con su perro a su derecha, dos nenes chapotean en la orilla a la izquierda y un chico intenta poner una carpa a su espalda. 




La historia de Daniel Scarpellino

En las primeras temporadas de trabajo, el joven guardavidas llegaba a su casa con el cuello duro de tanto mirar. Hoy está relajado y pareciera que su cuerpo es una pieza más de ese ecosistema que son la arena, el viento y el mar. 

“Con el tiempo te vas dando cuenta dónde está el problema y dónde puede llegar a estar. Los chicos son lo que más miro, en la orilla, un poquito de agua los rola y los tira debajo de la canaleta”, cuenta y explica que la experiencia le enseñó a anticipar las situaciones de peligro. 

Sin embargo, Scarpellino repite como un mantra: “Lo más importante y lo primero que tiene que hacer un guardavidas es prevenir”. “Estamos preparados para actuar, pero es mejor que no, porque puede salir mal”, reflexiona. 

 

Daniel considera que además de socorrer, los guardavidas son agentes turistas. (Fotos Ricardo Stinco)

 

Vocación de servicio

Sin elegir una fecha para festejar el Día del Guardavidas, Daniel Scarpellino cree que “todos los días” son oportunidades para celebrar la profesión. 

“Ser guardavidas es ser solidario, tener vocación de servicio, como un médico o un enfermero”, responde a una definición del oficio que resume como su vida. Para complementar sus conocimientos cuenta con una especialización en PHTLS (trauma pre hospitalario), es técnico en emergencias, bombero y realizó decenas de cursos relacionados con los primeros auxilios.

Con tan sólo pasar unos minutos a su lado, uno puede darse cuenta que disfruta tanto lo que hace que pareciera no estar trabajando.

“Tengo 64 años y me sigo sintiendo con ganas, entreno muchísimo también. La profesión me atrapó, es todo”, relata. 




-¿Es un trabajo individual?

-No. A parte de estar pendiente del agua, siempre nos miramos entre los laderos (compañeros de su izquierda y derecha). Porque a veces son situaciones cercanas y no hace falta entrar todos, pero mínimamente para asegurar el rescate se necesitan dos guardavidas.

-¿Cómo se vive un rescate?

-Te sube algo hasta la garganta que no sé bien qué es, debe ser miedo, supongo que es eso. Cuando lo ves sobre la marcha, tenés que salir corriendo, y trabaja la adrenalina. Querés llegar rápido y sacarlo, pero siempre está el miedo de no poder hacerlo. Es dificil de explicar, es como algo mecánico: corro, entro, nado y lo saco.

-¿Fuera del agua también se trabaja?

-No es obligación. Nuestro trabajo es que no se muera nadie dentro del agua.

Sin embargo, Daniel Scarpellino quiere hacer más que ser guardavidas: conversa con el público, cuando viene una tormenta avisa a los turistas que cierren la sombrilla porque va a cambiar el viento, pide a los fumadores que levanten las colillas de los cigarrillos de la arena (para eso construyó un cenicero que cuelga de su casilla), ayuda a orientarse a quien se encuentre medio perdido y recomienda lugares para visitar en la zona. 

“Trabajamos en un lugar que vive del turismo, somos agentes turistas, podemos ayudar a la gente en un montón de cosas”, resume mientras se acerca un joven a avisarle que se va a meter a nadar más allá de la rompiente. Hay un nuevo objetivo para observar. 

 

Aún con posibilidades de jubilarse, Scarpellino entrena a diario y vive con muchas ganas su profesión. (Fotos Ricardo Stinco)

 

Otro rescate memorable

Volvemos a viajar en el tiempo. 

Ahora es finales de los ‘90.

Daniel Scarpellino no se acuerda bien qué año, pero sabe que fue la época durante la cual todos los guardavidas -públicos y privados- trabajaban de 9 a 13 y de 15 a 19, y eran los municipales los que se quedaban en sus puestos realizando una guardia pasiva con bandera roja. 

Él trabajaba en la intersección de la avenida Buenos Aires y la costa. Allí había entre 5 y 20 rescates por día. Era y sigue siendo una de las playas con mayor afluencia turística de Villa Gesell. Cuando se iba el privado, el ladero más próximo estaba a unas 10 cuadras, entonces ambos se acercaban para vigilar una zona más amplia.




A unos 300 metros del puesto de Scarpellino, dos hombres juegan con las olas. Sabiendo lo que podía pasar, Daniel se baja del mangrullo y no hace más que unos pasos cuando a ambos se los lleva una corriente. Presionando su botón de automático para recibir la asistencia de otros guardavidas, empieza a correr. Se mete al mar y en el mismo momento que toca el agua, una de las dos víctimas se deja de ver.

“Llego al primero y se lo doy a mi compañera en una rosca, le digo que lo saque que yo me voy a buscar al otro”, cuenta mientras su cuerpo se empieza a tensar de sólo recordar aquel momento. Ella le decía que no había otro, que regresaran.

Se suma al rescate Pedro Martínez y un surfista que andaba por la zona. Afuera hace calor y está despejado. Gracias a Dios. El reflejo de un rayo de sol en la cabeza pelada permite ver al hombre hundiéndose. “Allá está”, grita Daniel. Con un turbo en los pies y un par de aletas invisibles en las manos, todos bracean y patean a fondo. Llegan.

 

Daniel trabaja en una de las playas de Villa Gesell con mayor afluencia. (Fotos Ricardo Stinco)

 

“Tenía hongo de espuma, no había signos vitales, estaba muerto”, relata el guardavidas muchos años después. Tenía un paro cardíaco por inmersión. “Le hicimos RCP y logramos sacarlo una vez”, explica. Pero el hombre volvió a entrar en paro y recién cuando fue trasladado por una ambulancia al hospital recuperó los signos vitales. 

Pasaron cinco días y el estrés del momento parece haberse esfumado. Como todos los días, se encuentra en su casilla vigilando a los turistas que se bañan en el mar. Sin dejar de observar el agua, ve que un hombre del doble de su contextura se acerca y lo abraza con todas sus fuerzas. “Gracias Dani, gracias Dani, gracias Dani”, escucha que le canta el chaqueño al oído y lo aprieta tanto que tiene que pedirle que afloje. Cuando lo mira a los ojos ahora es su cuerpo el que empieza a temblar. 


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