Inspiradas en obras de todo el mundo y en su propio instinto, Lucía Sicuso, Valeria Maidana y Melisa Sonneborn son las tres artistas que están detrás de los 42 escalones de mosaicos que prometen ser un gran emblema de Villa Gesell.
Para muchos puede ser un pedazo de cemento que sólo sirve para llegar desde un lugar a otro. Para ellas es un lienzo en blanco dispuesto a llenarse de ideas y de magia.
Mientras terminan de proteger los escalones que ya hicieron con una especie de barniz, las tres conversan con Telégrafo sobre los detalles de la obra que las tendrá ocupadas un año entero.
“Este es un proyecto municipal que lo gestiona Promoción de las Artes, nosotras lo presentamos, le dimos forma, armamos un presupuesto con mano de obra y materiales y el Concejo Deliberante lo aprobó como de interés municipal”, completan entre todas y destacan la importancia que desde la comuna le están dando a la cultura de un tiempo a esta parte. “Muchas veces esta actividad no se la trata como un trabajo y esta vez lo toman en serio, está buenísimo que se abra esta puerta para los artistas geselinos, se están haciendo murales y cosas hermosas”, señala Valeria. Distinguen, además, que siempre trabajaron con mucha libertad: “Nunca nos dijeron una idea que sí o que no”.
Trabajo en equipo
Lucía y Valeria trabajan juntas hace unos cinco años, se conocieron con Melisa por primera vez para este proyecto y ahora forman un trío que sabe entenderse a la perfección, y como todo trabajo en equipo la recompensa es inmensa.
Tras experiencias en obras privadas y algunas pequeñas intervenciones en plazas de la ciudad, todas tenían ganas de hacer algo más grande en algún espacio público y, casualidad o no, coincidió con el objetivo de autoridades municipales de querer convertir la emblemática escalera de paseo 141 bis y avenida 3 en un lugar similar a la de mosaicos de Río de Janeiro. Cuenta Lucía que se convocó a todos los mosaiquistas de Villa Gesell, pero luego de un tiempo quedaron ellas tres.
Frágil como el vidrio, fuerte como el fuego
La escalera resume las artes del fuego: cerámica, vitrofusión, esmaltado de metal, todo lo que tenga un proceso de horno para transformar el material. Si bien son materiales frágiles porque si se caen se rompen, empotrados en una escalera pueden tener una durabilidad de muchos años.
Manteniendo el degradé de los siete colores con los cuales había sido pintada anteriormente con un sentido de igualdad, Lucía, Valeria y Melisa elaboran aproximadamente un escalón por mes cada una con un diseño individual pero a la vez conjunto porque “cada una quiere contar algo”.
Valeria dice: “Yo seguí el calendario de la fluidez de la naturaleza, empecé por el brote porque me parece que Villa Gesell empezó con un brote y seguí por la regadera de agua dulce”.
Lucía explica que primero pensó en lo que le remite cada color y luego cómo quiere mostrarlo. “Por ejemplo los verdes usé el follaje, la naturaleza, el bosque, los pinos, el feminismo, aparecen imágenes de mujeres, de úteros, es todo simbólico”, indica.
Por su parte Melisa subraya: “Yo lo que quise hacer es una temática distinta para cada color, entonces en cada escalón hay como un tema principal y subtema”. Uno de los escalones que le tocó es pase, es decir cuando cambia un color y señala que decidieron que entonces predomina el 70 por ciento de espejo y el 30 de color. Allí se centró en la infancia de Villa Gesell: “Pies descalzos, rodar por los médanos, trepar por los árboles, la bicicleta”. De izquierda a derecha en los cinco metros de ancho se transita desde la infancia hacia la adolescencia.
Más abajo, en el escalón amarillo, Melisa se centró en el verano, por eso hay una golondrina, ojotas, abejas por su momento de cosecha, referencias a obras de teatro como Sueños de una noche de verano o canciones que hablan del color, el inicio de Villa Gesell parafraseado con: “En el principio era el médano” y otra mensaje en referencia a Don Carlos, el “Domador de médanos”.
Nada es simple en esta escalera y mucho menos azaroso. Cada uno de la decena de detalles que tiene y de los miles que promete tener fueron elegidos con cuidado aunque no con rigidez porque, como bien lo explican ellas, tratan de dejar que el arte fluya y al momento de bocetar arman y desarman hasta quedar conformes con lo que quieren decir.
La idea global es que el lugar invite a las personas a pasar varias veces por allí, a quedarse, a apreciarla en distintos aspectos y a buscar todos los mensajes y figuras que esperan escondidas.
“Cuando terminamos la colocación de un escalón, empezamos a bocetar y proyectar el siguiente, a trabajar en las piezas de cerámica que se amasan, se preparan, se modelan, se secan, se hornean, se esmaltan, se vuelven a hornear. Con el vidrio, lo mismo, se corta, se limpia, se pinta y se vuelve a hornear. En ese proceso tardamos más o menos unos 15 días, y otros 15 nos lleva el mosaico en sí que es el trabajo con los azulejos y con las pinzas. Entonces estamos presentando más o menos hacer uno por mes cada una, serían tres escalones colocados por mes en total”, resumen.
Aproximadamente en agosto terminarían el frente de los 42 escalones y proyectan pintar en color neutro los descansos y hacer con mosaicos los laterales también.
Hacer y deshacer es el arte de aprender
Lucía estudió cerámica en la Escuela Municipal de Avellaneda y después en Escuela de Cerámica Rogelio Yrurtia de Mar del Plata, pero dice que “todo lo que es mosaico” lo aprendió trabajando, en talleres, de otros artistas que le fueron enseñando.
Parece que ser autodidacta es algo que comparten las tres. Valeria recuerda: “Crecí en una familia de artesanos, mi papá artista, artesano, pintor, si bien estudié un poco también en la escuela de Mar del Plata, casi todo lo aprendí en talleres, no me imaginé nunca hacer otra cosa más que la que estoy haciendo».
Melisa cuenta que también aprendió este oficio por su cuenta: “Tomé un pequeño curso de dos meses hace trece años y desde ahí arranqué de manera autodidacta, y tras proyectos personales, hace unos siete años empecé a enseñar a niños y adultos”. En invierno dicta talleres largos y en verano intensivos más que nada para el turismo.
Las tres disfrutan de este trabajo que comparten y de cada uno de los procesos, porque saben aprender de cada etapa y convertirse a cada momento en una mejor versión de ellas mismas.