Un artículo reciente publicado en la revista Science suma información sobre el modo en el que los microbios que desempeñan un papel clave en la extracción de energía de los alimentos que ingerimos, terminan por determinar nuestro metabolismo.
Cada persona tiene en su intestino más de un kilo de microorganismos, la mayoría bacterias, de 1.200 especies distintas. Se sabe que esos microbios además de extraer energía de la comida, también ayudan a que absorbamos las grasas que después incorporamos al organismo.
Pero además, los autores del trabajo liderado por Lora Hooper, de la Universidad de Texas, vincularon estos procesos con el reloj circadiano, que permite que el cuerpo sepa cuándo tiene que prepararse para dormir, despertarse o comer, o que la piel sepa si es de día y ha de preparar recursos para reparar los daños que le producirá el sol. De ese modo, se ahorra energía al no tener que estar siempre alerta para desarrollar estas tareas.
Cuando este reloj interno, regulado por una red de genes y proteínas que se apagan y se encienden dependiendo de las señales que reciben del entorno, se ve distorsionado por un sueño irregular, hay más riesgos de problemas como la obesidad.
Los científicos estudiaron el papel de la proteína nfil3, que desempeña una función clave en la absorción de lípidos y la acumulación de grasa corporal, y su relación con la microbiota y los ciclos circadianos. Para conocer qué combinación de efectos es necesaria para que el cuerpo absorba más o menos lípidos de la comida, se realizaron varios experimentos con ratones con distintos niveles de expresión de la proteína nfil3 y con presencia o ausencia de microbiota. Lo que comprobaron es que la acumulación de grasas cuando se da a los animales una dieta rica en grasa requiere tanto la expresión de NFIL3 como la presencia de los microorganismos intestinales. Como se había observado en experimentos anteriores, cuando se suprimía la microbiota de los ratones seguían delgados pese a la dieta alta en grasas.