¿Cómo experimentamos el miedo?
La reacción del miedo empieza en el cerebro y se extiende por todo el cuerpo para realizar ajustes y preparar la mejor defensa o la mejor reacción de huida. Se inicia en una región llamada amígdala cerebral, un conjunto de núcleos con forma de almendra en el lóbulo temporal que se encarga de detectar la importancia emocional de los estímulos.
La amígdala se activa siempre que vemos un rostro humano con una emoción. Esta reacción es más pronunciada con el enfado y el miedo. Un estímulo amenazador, como la visión de un depredador, provoca una respuesta de miedo en la amígdala, que activa áreas que participan en la preparación de funciones motoras que intervienen en la lucha o en la huida.
Esto produce cambios fisiológicos que nos preparan para ser más eficaces ante un peligro: el cerebro se vuelve hiperalerta, las pupilas y los bronquios se dilatan, la respiración se acelera, el ritmo cardíaco y la presión sanguínea aumentan, el flujo sanguíneo y el flujo de glucosa hacia los músculos esqueléticos se incrementan y los órganos no vitales para la supervivencia, como el sistema gastrointestinal, se ralentizan.
Una parte del cerebro llamada hipocampo está estrechamente conectada con la amígdala. El hipocampo y el córtex prefrontal ayudan al cerebro a interpretar la amenaza percibida y participan en el procesamiento del contexto a un nivel superior, que ayuda a una persona a saber si la amenaza que percibe es real.
Por ejemplo, ver un león en la naturaleza puede provocar una fuerte reacción de miedo, pero la respuesta ante la visión del mismo león en un zoológico es más de curiosidad y hasta pensamos que el león es bonito. Y es porque el hipocampo y el córtex frontal procesan la información contextual, y las vías inhibitorias reducen la respuesta de miedo de la amígdala y sus consecuencias en los procesos posteriores.