Es de un ejemplar posiblemente emparentado con el iguanodon, un dinosaurio herbívoro que habitó el planeta durante el Cretácico, hace unos 133 millones de años.
El cerebro fue encontrado por Jamie Hiscocks, un buscador de fósiles, en la región de Bexhill-on-Sea, al sureste de Inglaterra hace más de una década.
Aunque hay una extensa cantidad de hallazgos de restos fósiles de los huesos de los dinosaurios, el ser humano apenas ha podido hallar y conservar partes blandas, como órganos, piel o plumas. Por su naturaleza y composición, solo las partes más duras, como huesos y dientes, fosilizan con facilidad. Las partes blandas no se mineralizan hasta solidificarse salvo raras excepciones.
“Las posibilidades de que se conserven tejidos cerebrales son realmente escasas, por eso este descubrimiento es tan increíble”, comentó en diálogo con el diario El País, Alex Liu, uno de los investigadores de la universidad de Cambridge que participó en el largo proceso de más de 10 años de identificación sobre el objeto.
Los investigadores creen que el animal debió de morir en un humedal. El lecho de los pantanos suele ser ácido y con una menor concentración de oxígeno. Si hubiera sido así y su cabeza quedara medio enterrada en el lodo, los tejidos blandos se podrían haber mineralizado antes de que el cerebro se descompusiera.
Luego de los estudios, los científicos encontraron además una significativa diferencia: mientras el cerebro de aves y reptiles actuales apenas ocupa la mitad de la cavidad craneal, este cerebro fosilizado aparece casi en contacto con la parte interior del cráneo, lo que permite imaginar que los dinosaurios tenían grandes cerebros que ocupaban toda su cabeza. O, como reconocen los investigadores, todo pudo deberse a la gravedad y que una vez muerto el animal, el pequeño cerebro del dinosaurio terminase pegado al cráneo.