Un geselino en la Antártida: vivir el cambio climático en primera persona
Hace quince meses partió rumbo a la Antártida para continuar con los monitoreos ambientales que se realizan en uno de los diversos sitios dispuestos en el continente blanco. Con un nuevo otoño ya en desarrollo, está de regreso en su Villa Gesell natal. Se trata del biológo Alan Rosenthal, quien pocos días después de su retorno charló con Telégrafo sobre la experiencia que pudo haber cambiado su vida para siempre.
Becario del Conicet y colaborador de la Agencia Nacional de Promoción Científica, Alan partió al polo sur en el verano del 2018, luego de un arduo proceso de selección. Su destino fue la base antártica Carlini, ubicada en la península Potter de la isla 25 de mayo, perteneciente al archipiélago de las Shetland del Sur.
De hablar calmo, Alan responde con palabras claras sobre sus inolvidables días en uno de los extremos del planeta Tierra: “Ha sido una experiencia genial, con todas las expectativas con las que viajé cumplidas. Si bien profesionalmente fue un desafío muy grande, iba por la aventura de conocer un lugar así, tan lejano. Fuí con expectativas más personales que profesionales” admite sin vueltas.
En territorio inhóspito, 15 de meses de buena convivencia con desconocidos no es algo fácil de lograr. A Rosenthal lo acompañaron, en su mayoría, fuerzas militares. La campaña científica tiene sus períodos con mayor cantidad de profesionales de la ciencia presentes y otras etapas en las cuales lo único predominante son los integrantes del ejército.
Como jefe científico del lugar, Alan continuó la serie de monitoreos que se vienen haciendo desde hace 10 años en la zona a fin de detectar los impactos generados por el cambio climático. Aunque los efectos del calentamiento global pueden apreciarse en cualquier lugar del planeta, en la Antártida los registros son contundentes.
Camaradería
Durante su desafiante estadía, este biólogo marino tuvo relaciones con investigadores de otro países, ya sea en su base de operaciones o al visitar otras compañías internacionales, particularmente, la de los vecinos de Uruguay. Para Alan, el buen compañerismo del que mucho se ha dicho sobre lo que sucede en la Antártida tiene sustento específico.
“Hay un convenio en la base antártica, existen laboratorios compartidos con Alemania, desde donde se envían investigadores, por ejemplo estuve con un micro biólogo del Alfred Wegener Institute (AWI). Siempre va un grupo de italianos también. Cuando están unos con otros se trata más bien de una divulgación de las actividades que cada uno realiza. Cuando van a la base, se hace una recorrida, tratamos de hacernos un tiempo para estar con los visitantes, explicar lo que hacemos, realizar diversos intercambios”, detalla.
“Por un lado predomina el interés de conservación, la explotación correcta de los recursos, que no haya tanta competencia. Hay una necesidad de cooperación, entonces juegan muchos factores a favor de esa buena camaradería”, señala.
Manos a la obra
Los trabajos de monitoreo son diversos y dejaron enseñanzas invaluables en la visión de Alan sobre el futuro de la Antártida. “Uno de los que más tiempo demandó es el de los fitoplancton” recuerda. Entre los de mayor impacto fue la comprobación del retroceso del glaciar Fourcade, lindante a las instalaciones navales de la base Carlini. “Cuando uno compara con otros valores registrados en el pasado, los cambios son significativos”, resalta.
Tal como lo han dado a conocer ya múltiples documentales, el continente blanco también es víctima de la descontrolada contaminación mundial. “Le dimos continuidad a lo que se venía haciendo en las costas de la península, monitoreos de residuos marinos en general. Y se encontraron muchas cosas que pierden los barcos, palets de maderas, boyas, barriles, restos de sogas. Hay también incluso cañerías rotas que se rompen de las bases y el viento las lleva al mar. Por ser un lugar tan deshabitado, la cantidad de residuos es más que importante”, sentencia Alan.
La fauna también se ve lógicamente perjudicada por esa realidad. “Con las aves marinas también se hace un censo. Se ven cambios, hay algunas especias a las que les va a mejor y a otras peor” reconoce.
Primavera 0
Vivir en la Antártida se trata siempre del clima. Y el clima es lo que permite poder avanzar en el trabajo o tener que ver pasar las oportunidades, a veces, sin freno. “Te marca la agenda de los animales, por ejemplo, cuando teníamos que hacer censos de los elefantes marinos. Tenes que esperar a la época en que llegan, o esperar el período reproductivo. Cuando tenes que trabajar con animales, esperas a que las condiciones te acompañen. Hay que caminar muchos kilómetros para los censos”, relata.
La temperatura más extrema que tuvo que soportar el biólogo geselino fue la de 40º grados bajo cero. Entre los registros positivos, vivió días de 2 grados.
“El fin de primavera se complicó bastante y se complicó sobre todo arriba del bote. Para tomar muestras del agua, es imposible si el mar está bravo. Son botes pequeños y en la región antártica las olas son muy grandes” añade Alan sobre los desafíos que la potencia de la naturaleza le puso adelante.
“Las condiciones del tiempo te cambian semana a semana. Uno tiene que ir aprovechando las ventanas climáticas. Quizá hay solo tres horas en un día que podrían servir para el trabajo”, sostiene.
El cambio climático ante tus ojos
“Las grandes conclusiones se ven cuando uno compara a largo plazo. Lo que puedo destacar en la isla 25 de mayo, es que se ve el retroceso del glaciar. Las algas y los musgos van avanzando de manera notoria”, describe Rosenthal.
Para los animales, el glaciar es una base desde donde alimentarse: “Su merma puede llegar a afectar la fauna. Por ejemplo las focas, que tienen como estrategia de caza estar arriba de los grandes bloques de hielo esperando que pasen los pingüinos. El retroceso del glaciar perjudica también el cambio de sanilidad. Si lo pensamos como un impacto en el agua potable, se pierde muchísima año a año” suma este biólogo nacido en Villa Gesell hace 37 años.
“Un día estábamos haciendo un censo de mamíferos, y de un momento para el otro, vimos que una cubierta de un témpano de miles de kilómetros de hielo se había desprendido. Es normal en el verano un desprendimiento. Pero cada vez son más grandes y se ve como el perfil de hielo de la Antártida va cambiando. Eso no es normal. No responde a un cambio estacional, corresponde a los aumentos de temperatura en el planeta”, afirma.
Viernes
En la base Carlini, los viernes a la noche son de microcine. En la casa principal, además, hay juegos, mesa de ping pong y hasta un metegol. “Disfruté mucho todo”, cuenta Alan.
Con períodos de encierro, el desahogo puede ser importante. “Los días de vientos fuertes y blancos, se decide no trabajar afuera. La ropa siempre es adecuada, pero hay veces que estar en el agua no se tolera por más de 30 minutos. Les pasa a los buzos. Cuando uno trabaja está en movimiento, si es por la temperatura no es tan riesgoso. Pero en la cara y en las manos a veces es difícil”, admite.
Volver
Consultado por la posibilidad de volver, Rosenthal, egresado de la Universidad Nacional de Mar del Plata, bregó por un porvenir inmediato en Villa Gesell, donde quiere poner a desarrollar todo el conocimiento adquirido. “La Antártida es un sitio en el que hay mucho por disfrutar, el lugar es maravilloso y único. Por ahí no volvería ya. En la costa atlántica se está trabajando muy bien. Y cuando vos te enfocas en lo que estás haciendo, en el día a día, te das cuenta que el secreto es valorar un poco lo que uno tiene”, concluyó.
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