Salvador Kasem tiene 82 años y es, con seguridad, uno de los escultores más importantes del país. Acumula premios nacionales y reconocimientos del exterior. Hace poco, en su casa de Ostende construyó algo así como un museo con varias de sus obras, aunque aún no lo inauguró porque no está seguro de la exposición que eso signifique.
Fue ganador del segundo, primero y el Gran Premio de Honor, el mayor logro en el campo de la escultura. Sin embargo, Kasem nunca se sintió cómodo con los agasajos que se le suele dar a alguien que es el mayor referente de una especialidad. Él usó el dinero del premio para construir gran parte de su casa y comprar los materiales suficientes que le permitan seguir trabajando. Dice que si su país le dio esa oportunidad, quiere devolverlo.
Kasem nunca aceptó la compra-venta de sus obras. A excepción de encargos específicos, sus esculturas fueron creadas solo para comunicar, para existir.
El dinero para vivir lo obtuvo durante más de 40 años de la docencia. Se dedicó a dar clases en nivel superior y secundaria, y se jubiló de esa profesión.
La libertad, la musa inspiradora del escultor
Una de las características que unifica a todas las obras del escultor es que están fabricadas con una única pieza, sin ensambles. Pueden ser de madera, de metal, de mármol o de algún material que asome en la cabeza de su creador.
Sin dudas, otra de las cualidades es que están atravesadas por un sentido de libertad. Se percibe, sobre todo, en los trabajos de la década del ‘70 que coinciden con los años de la última dictadura militar.
‘Alegoría a la libertad‘ la hizo en el ‘76. Es completamente negra. “Sentía que la democracia estaba de luto, pero había un halo que iba a despegar”, explica en diálogo con Telégrafo. Por eso la obra deja ver una especie de alerón que apunta al cielo, algo así como inspiraciones angelicales abstractas.
La intención de Kasem siempre fue buscar su propio estilo, salir de las corrientes estéticas del momento, buscar lo auténtico.
‘Ronda de los jueves‘, hace alusión a los días elegidos por las Madres de Plaza de Mayo para pedir por la aparición con vida de sus hijos secuestrados. La construyó en 1977 y refleja a varios niños protegidos por un encadenamiento de brazos maternales.
En ‘Madre del ‘76‘ el impacto para quien la observa puede ser mayor. Un rostro con un hueco tan grande que ocupa casi la totalidad revela el grito desesperado de una madre que le falta su hijo y lo único que puede sentir es vacío.
Kasem: “Yo militaba con mi obra”
Cientos de artistas argentinos fueron perseguidos durante la dictadura cívico militar que se vivió en Argentina de 1976 a 1983, incluso muchos de ellos tuvieron que exiliarse. Salvador Kasem no fue la excepción, aunque prefiere no recordar ni politizar, mucho menos aprovecharse de ese pasado.
“Yo militaba con mi obra porque estas cosas se hacen con sufrimiento, se tuvo que haber sentido desesperación”, sentencia y continúa: “Ahí están, hablan por sí solas, no se necesita explicación”.
Los inicios en la docencia
De joven, Salvador Kasem vivía en Ituzaingó, a unos 27 kilómetros de Ciudad de Buenos Aires. Se levantaba a las 4 de la mañana, caminaba a la parada del tren y llegaba a la capital porteña bien temprano para preparar sus clases.
Cuando recuerda esos tiempos dice que lo disfrutaba, más allá de la presencia de un coche verde militar al salir de su casa, en la estación y del otro lado del camino al bajar.
Como si el destino lo pusiera a prueba, un día un amigo le pidió que le cubra una suplencia en la Escuela Técnica Raggio, a unos pocos metros de la Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada (Esma) donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande de la última dictadura.
“Se escuchaban gritos cuando pasabas por ahí”, se acuerda el escultor y sonríe: “Yo tenía pelo largo, barba, iba de ojotas a dar clases, era un hippie”.
Al principio se negó, luego terminaron por convencerlo. Dijo que sí por 15 días hasta que consiguieron un nuevo reemplazo.
Sin embargo, cuando ese otro profesor apareció él no quiso dejar el puesto. “Era realmente feliz, me gustaba mucho estar con esos chicos”, expresa.
De escultor a estar toda una vida dentro de las aulas
Más de 20 años de docencia en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires y otro tanto en escuelas técnicas completan el curriculum de Salvador Kasem, profesor Superior de Cultura.
“Viví siempre de la docencia, nunca exploté mis habilidades de escultor”, dice el hombre a Telégrafo. Hoy mantiene su economía gracias a su jubilación docente.
Tras quedarse con las horas de clase en el nivel secundario, renunció a sus puestos en la universidad aunque eso significase cobrar menos, no tener personas a cargo ni jerarquía.
Un museo para uno de los escultores más importantes del país
Salvador Kasem es humilde. No viste nada ostentoso y al hablar busca hacerlo de forma sencilla. Jamás presume de sus logros ni de ser calificado como unos de los escultores más importantes del país. Considera el arte como un objetivo en sí mismo y no un medio para obtener fama o dinero.
Se casó con Graciela, nacida en General Madariaga, quien lo apoyó en cada uno de los pasos que dio. Juntos tuvieron hijos y nietos. Vivió en España, Francia, Italia y algunos lugares más. Dio simposios y fue referente en cada ciudad que pisó. Sus obras están repartidas allí y en otras tantas provincias argentinas como Chaco, Córdoba o San Luis.
Desde hace un tiempo el matrimonio vive en Ostende, donde él construyó su taller y una sala de muestra para algunas de sus obras.
Por ahora, el espacio no está abierto al público. No está convencido de la exposición que eso pueda significar pero sí sabe que si en algún momento lo hace será “de forma no comercial”. Su única intención es demostrar que con esfuerzo se pueden lograr muchas cosas.