Los Guns y La Joaqui, clases de historia, pandemia y salud mental

Hace unas semanas, con un hermoso acento proveniente de las tierras de Bolívar, Rómulo Bentancourt y del mar Caribe, una estudiante me preguntaba por whatsapp ¿porqué al iniciar y terminar cada clase virtual pongo música? Le respondí lo primero que se me vino a la cabeza: solo para ser un poco más felices.

Días atrás Unicef Argentina presentó el “Estudio sobre los efectos en la salud mental de niñas, niños y adolescentes por covid-19”; realizado en conjunto con la Universidad Nacional de Lanús –UNLa- e Intercambios Asociación Civil.

 

 

El estudio sostiene que “el impacto en la subjetividad de las personas fue intenso, su llegada fue imprevista, abrupta, y promovió cambios en la vida de todas y todos, y, especialmente en la de las niñas, niños, adolescentes”. Y agrega, “esta situación expuso los determinantes del proceso salud-enfermedad-atención-cuidado visibilizando la aparición de malestares/afectaciones y preocupaciones que tienen efectos sobre las condiciones de vida de las familias y, consecuentemente, en la salud mental de la población”.

La abrupta modificación de las rutinas familiares, educativas y sociales repercutió particularmente en la vida de los niños, niñas y adolescentes, y por consiguiente en su salud mental. El estudio fue realizado en tres etapas desde el inicio de la pandemia, abarcó todo el país y tuvo en cuenta “la diversidad cultural y de género, así como la condición socioeconómica, territorial e identitaria”. Analizar y reflexionar a partir de estos datos puede ayudarnos a repensar nuestras prácticas educativas en este contexto, y también aportarnos algunas ideas para colaborar a reducir el impacto de la pandemia en la salud mental.

El informe de Unicef señala que “entre los niñas y niñas de 3 a 12 años se observan expresiones de malestares subjetivos que no constituyen patologías en sí misma ni trastornos en salud mental. Las y los referentes manifestaron que se encuentran más irritables, de mal humor, enojados, fastidiosos, y más intolerantes”.

El impacto en la salud mental de los niños y niñas fue menor gracias a que “la capacidad de jugar les permitió elaborar y simbolizar lo incierto y potencialmente traumático de la pandemia, como formas de protección de la salud mental. (…) Al jugar, se apropian de la realidad, la comprenden y le confieren nuevos sentidos”. Un dato no menor para atender, es el déficit habitacional, cuatro de cada 10 niños y niñas relevados no tenían espacios diferenciados para poder jugar en sus casas, fundamentales para poder lograr intimidad y autonomía.




En los y las adolescentes los datos son más duros. Interrumpida la socialización, un 47% indica que utiliza la pantalla y redes sociales para relacionarse con sus pares -marcando una amplia brecha en el acceso a la tecnología e internet entre grupos sociales- aunque aspiran volver a las relaciones presenciales.

Además, el informe señala que la extensión de la pandemia denota un creciente agotamiento y una menor capacidad de adaptación, como así también genera “dificultades para procesar simbólicamente lo que ocurrió”.

Altibajos emocionales, desgano, enojo, irritabilidad, angustia y resignación, soledad, tristeza, ansiedad, son algunas de las formas en que los y las adolescentes se expresan ante la pandemia. Además “la angustia se puede vincular también con las privaciones materiales que sufren y que se profundizaron con la pandemia”. Asimismo “en las últimas mediciones se observaron, aunque en un porcentaje muy bajo, afectaciones subjetivas más profundas, que implicaron problemas de salud mental”.

El estudio deja en evidencia la necesidad de la continuidad pedagógica y la vinculación escolar, porque tiene un impacto emocional, destaca la importancia de la mediación adulta -en muchos casos ausentes en el hogar- y revaloriza la presencia de los y las docentes.

Vale tener en cuenta que, según el informe, los adolescentes sienten que no son escuchados, que no tienen voz y reclaman mayor participación y protagonismo. ¿Qué debemos hacer? la síntesis sería: democratizar los espacios, darles protagonismo y propiciar escenarios de diálogo y escucha.

 

 

Para concluir, el estudio realiza varias recomendaciones para cuidad la salud mental de los niñas, niños y adolescentes en distintos ámbitos, puntalmente en el sistema educativo: garantizar espacios de participación para que sean escuchados y comprendidos, implementar estrategias que les ayuden a simbolizar la situación de la pandemia, sostener la dimensión socioafectiva de los procesos de enseñanza en las actividades sincrónicas virtuales, entre varias otras.

Entonces, ¿por qué abro y cierro las clases virtuales con música?. Porque me ayuda a crear empatía con los y las estudiantes, me acerca desde otro lado, más allá de las explicaciones sobre el paleolítico superior, por señalar alguno de los temas que trabajamos. La música sirve como un disparador, como una lluvia de ideas, que puedan ir asociando a las expresiones artísticas de ese paleolítico, por ejemplo. Me permite invitarlos a hablar, que pierdan la timidez, que discutan sobre gustos y estilos musicales, que debatan, opinen y se escuchen. Hasta ahora recorrimos temas de Santaolalla, La Vela Puerca, Guns and Roses… para la próxima arranco con los Wawancó; aunque ahora también empezaron a elegir ellos y ellas, asique tal vez escuchemos a La Joaqui, Tini o L-Gante. Sobre todo, arrancar con música los hace un poco más felices, aunque sea durante el rato que dura la clase virtual de historia.

No hay recetas únicas, la salud mental de nuestros niños, niñas y adolescentes nos interpela y desafía a mejorar cada día, porque aunque a veces los adultos no nos demos cuenta, les hacemos falta.

 

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