La abundante evidencia científica disponible certifica que el ejercicio físico es bueno para el cuerpo y la mente a cualquier edad, pero sobre todo en las personas mayores.
Con las debidas precauciones, no existe a priori ningún motivo para que los adultos de edad avanzada no se ejerciten.
La actividad física reduce el riesgo de enfermedades crónicas como la patología cardiaca o la diabetes, mejora la densidad mineral ósea y protege contra el deterioro cognitivo, incluida la demencia.
El ejercicio puede hacer que las personas envejezcan sanas, fuertes y optimistas, y mejora la autoestima y la calidad de vida incluso en pacientes con enfermedades neurológicas diagnosticadas, como párkinson o alzhéimer.
Actualmente se sabe que ese beneficio no es exclusivo del deporte aeróbico porque aumente el riesgo sanguíneo, sino que también es propio del deporte anaeróbico, como levantar pesas, por ejemplo.
La pérdida de fuerza muscular es lo que más se deteriora con la edad, pero también es lo más fácil de entrenar a cualquier edad, no solo a los 20, 30 o 40 años.
Por si fuera poco, más allá de su efecto sobre los tejidos óseo y muscular (protege las articulaciones), el deporte promueve el crecimiento del tejido nervioso.
¿Y si no se tiene el hábito?
El problema es por dónde empezar sin que exista temor a las caídas o las lesiones.
Por supuesto, es importante una valoración física o chequeo médico que evalúe su resistencia cardiorrespiratoria, la fuerza, flexibilidad y coordinación y los posibles antecedentes de enfermedades de corazón, circulatorias o de pulmón, y operaciones previas o enfermedades crónicas que puedan contraindicar ciertos ejercicios o el uso de medicamentos.
En cualquier caso, conviene dejar una cosa clara: la edad no importa. La práctica de ejercicio de forma regular es una garantía para cumplir años con menos enfermedades y una mayor independencia. Incluso cuando se empieza a partir de los 60 o hay alguna patología.