La violencia escolar es una sensación

La violencia escolar es una sensación. La frase fue utilizada por el emérito todoterreno Aníbal Fernández, en alusión al aumento de los delitos. Fue hace unos años, cuando el ministro peronista sostuvo que “la inseguridad es una sensación”, generando una gran polémica e indignación social.

Para poder abordar un problema, primero hay que verlo. Y a prima facie, y  por el silencio que reina en el edificio de la DGCyE que supo habitar Sarmiento, en la ciudad de las diagonales, podríamos decir que también creen que es una sensación.

Más allá de la sensación o las subjetividades sobre el tema, lo cierto es que cotidianamente nos llegan noticias sobre situaciones violentas en algún distrito bonaerense donde jóvenes o padres agreden a algún miembro de la comunidad docente. Hace pocos días sucedió con una profesora en Villa Ballester, por los golpes que recibió podría perder un ojo. Días antes, un joven -que estaba suspendido- ingresa en la escuela de La Plata y golpea a palazos a quien se cruce, compañeros y personal docente. Así, todos los días nos conmovemos con hechos similares, donde conflictos que parecen menores, terminan con acciones violentas.

 

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¿Estamos cada vez peor?

¿Estamos cada vez peor? No lo sabemos, los únicos que a ciencia cierta pueden decirnos si la violencia escolar aumenta son los mismos que callan ante estos hechos, el hasta ayer titular de la Dirección Gral. de Cultura y Educación Alberto Sileoni, sustituido por la destacada académica Flavia Terigi.

Es cierto que, como se repite hasta el hartazgo, lo que sucede en las escuelas es reflejo de la sociedad en que vivimos, una sociedad con millones de personas que son pobres o indigentes, la mayoría de ellos niños, niñas y adolescentes. Estamos transcurriendo momentos turbulentos, desde lo más alto del poder se insulta, agrede y descalifica, y de ahí para abajo la violencia verbal y física está a la orden del día, sobre todo en los grandes centros urbanos, y dentro de ellos en los barrios más desfavorecidos o vulnerables.

Los que ejercemos la docencia vivimos casi cotidianamente la degradación de la comunicación dentro de las escuelas, incluso entre los propios alumnos. A esto debemos sumarle el desafío permanente hacia las autoridades, y la búsqueda de transgredir los límites, que siempre existió, pero que cada vez parece más visible.

¿Cuáles son los disparadores de la mayoría de los conflictos escolares, qué herramientas tiene el equipo de conducción para prevenir o evitar situaciones violentas, y que no escale un conflicto? ¿Hay que volver a la expulsión de los alumnos conflictivos y violentos, cómo reclaman algunos sectores de la comunidad educativa, aunque las leyes sostienen que siempre debe priorizarse el derecho a la educación?.

Los acuerdos en las escuelas bonaerenses

Desde hace algunos años funciona en las escuelas bonaerenses el Acuerdo Institucional de Convivencia (AIC), que se debe revisar todos los años en cada institución, y del que participan directivos, docentes, estudiantes y Equipo de Orientación Escolar (EOE). Este instrumento que regula las relaciones -y sus conflictos- en una comunidad educativa es aplicado por un Consejo Institucional de Convivencia (CIC), que es el encargado de resolver los conflictos. Sin embargo, en la práctica, la intervención recae sobre el directivo o el equipo de conducción.

La DGCyE sostiene que “a diferencia de un código de disciplina, los acuerdos de convivencia se construyen a partir del diálogo entre todos los actores que forman la comunidad educativa, por lo que es el resultado de un consenso. Lo que busca es alcanzar acciones reparadoras, enfatizando en la reflexión y el vínculo con las y los otros, mientras que el código de disciplina no promueve la participación y desarrolla sanciones en forma de castigo”.

A la vista está que por más esfuerzo que se haga y buenas intenciones y voluntades, esto no alcanza. La violencia está permanentemente presente de forma simbólica o concreta. Entonces ¿qué hacemos?, miramos para otro lado, volvemos a los castigos, o buscamos herramientas de prevención, concientización o reparación ante situaciones problemáticas.

 

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Las propuestas

Algunos proponen un camino fácil, el de volver al sistema sancionatorio, el famoso “el que las hace, las paga”, tan de moda hoy en algunos discursos simplistas. Lo cierto es que necesitamos herramientas y apoyo a los docentes, que muchas veces nos vemos desbordados por las sobrecargas y problemáticas que conspiran para que logremos un clima aceptable en las aulas. Pero si queremos construir una sociedad más integrada, inclusiva, menos violenta y segura, debemos recorrer el camino más difícil. Construir puentes, espacios socioeducativos que ofrezcan a los jóvenes oportunidades y acompañamiento real para que sepan y sientan que no están solos. Los chicos desean ir a la escuela para socializar, habitarla, poder apropiarse de sus espacios, y tenemos que darles las oportunidades para que puedan hacerlo aprendiendo los contenidos curriculares, y también aprendiendo a ser buenas personas.

Para muchos de los 3.700.000 niños que asisten a los 14.500 establecimientos públicos de la provincia de Buenos Aires, que cada vez reciben más alumnos de las instituciones privadas, la escuela es un refugio, un lugar a veces más seguro que sus propios hogares.

Por convicción, o por conveniencia, necesitamos invertir más en capacitación, en equipos de orientación, en espacios socioeducativos, en programas permanentes de apoyo, en la articulación con clubes e instituciones barriales. Debemos tener la capacidad de convocar y comprometer a las familias con las instituciones educativas. Porque no hay posibilidades de ejercer nuestra libertad con mayor plenitud si expulsamos a los chicos a la calle.




 

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