El compostaje es un proceso mediante el cual se transforma a los residuos orgánicos en abono. Se trata de una enmienda ideal para enriquecer y reactivar el suelo de nuestra huerta, jardín o cantero.
Esta transformación la llevan adelante microorganismos descomponedores como hongos y bacterias, entre otros.
“Son verdaderos recicladores que, mediante su acción, descomponen, desarman y reorganizan la materia, generando compost: resultado final del proceso de compostaje. Una enmienda estabilizada con múltiples beneficios para el suelo”, afirmó Agustín Colson, técnico de la Agencia Avellaneda del INTA AMBA.
El especialista agregó que del total de los residuos sólidos urbanos, el 17% pertenecen a papel y cartón, y un 50% a residuos orgánicos.
Colson explicó que “es central entender que los que compostan son estos seres diminutos (microorganismos descomponedores)”. Por eso, nuestra labor será “brindarles alimento y condiciones adecuadas para que se desarrollen de manera óptima”.
Así, se alimentan de materia orgánica y se ubican en dos grandes grupos: los verdes, húmedos o nitrogenados, y los marrones, secos o carbonados.
Los verdes aportaran principalmente humedad y Nitrógeno, insumo clave para la producción de proteínas y el crecimiento de las poblaciones bacterianas. Mientras que los marrones aportarán Carbono que será usado como fuente de energía y desarrollo de hongos y bacterias aportando a su vez porosidad y aireación.
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— INTA (@intaargentina) May 21, 2024
Manos al abono
Para compostar requeriremos de un lugar adecuado para hacerlo: existen sistemas abiertos (al aire libre) y cerrados.
“En las ciudades, cuando hacemos un manejo de pequeños volúmenes de residuos domiciliarios contamos con poco espacio y requerimos mantener cierta estética e higiene. Para que el compostar sea algo sostenible en el tiempo, deberemos recurrir a sistemas cerrados, contenedores, tachos o artefactos a los que llamaremos compostera”, precisó Colson.
Se puede encontrar una variopinta gama de modelos o ideas para realizarlos, tanto comerciales como artesanales. “Cualquiera sea la opción elegida deberá garantizar una adecuada humedad, temperatura y aireación”, enfatizó el profesional.
Para esto es clave dimensionar el contenedor con relación al volumen de residuos producidos. Por eso deberán contar con tapa y orificios de drenaje y recolección del lixiviado, líquido que se libera al descomponerse la materia orgánica.
El diseño de la compostera deberá tener facilidad para revolver los materiales, para regarlos y contará con tapa o cobertura ante la lluvia y entrada de animales y con orificios de drenaje y recolección de lixiviado. Y si está apoyada sobre el suelo la primera capa deberá ser de material grueso (ramas, hojas secas) para evitar compactación y malos olores.
En el caso de un espacio reducido, se recomiendan contenedores cerrados. Se pueden utilizar cajones de leche o tachos de pintura, siempre con orificios de drenaje, tapa y sistema de recolección de lixiviado.
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¿Qué sí y qué no?
Colson remarcó que para el proceso de compostaje y posterior transformación en abono, es clave el primer paso de separación de residuos: húmedos (“verdes”) y secos (“marrones”). No se deben utilizar restos de comidas elaboradas, condimentadas o cocidas, productos lácteos, carnes, grasas, huesos, papeles o cartones con tintura, pañales, pañuelos de papel o de uso para higiene, estiércoles de mascotas o plantas o maderas con tratamientos químicos.
En un primer paso, según el técnico, se debe mantener una relación entre materiales marrones y verdes de al menos 2:1. “Es decir dos partes de marrón por una parte de verde. Aunque esto en composteras domiciliarias pequeñas puede ser difícil de lograr, en cuyo caso podremos mantener una relación 1:1”, recalcó.
En este caso, hay que estar más atento a la aireación del compost, ya sea revolviendo más a menudo o aportando lombrices.
“Podemos valernos de la técnica de “lasagna” para ajustar esta proporción, es decir ir aplicando en capas sucesivas y alternadas materiales verdes y marrones”, graficó Colson.
Por último, el técnico del INTA AMBA recomendó que debe estar húmedo pero no saturado (60%). “Si uno aprieta un puñado entre sus manos debería asomar alguna gota entre los dedos, sin que se produzca chorreado”, concluyó.