ProHuerta: una política pública con 30 años de historia

El proyecto integrado “Promoción de la Autoproducción de Alimentos (ProHuerta)” comenzó su actividad en agosto de 1990, a partir de una resolución del Consejo Directivo del INTA y con el objetivo de contribuir a mejorar la seguridad y la soberanía alimentaria en los sectores vulnerables de la población.

A 30 años de su nacimiento, la propuesta no solo continúa en vigencia sino que, en tiempos de pandemia y emergencia económica, ratifica sus credenciales alentada, además, por las tendencias de consumo más saludables.

Así lo reflejó el INTA en un informe especial sobre las tres décadas ininterrumpidas del ProHuerta, programa desarrollado también por los ministerios de Agricultura, Ganadería y Pesca y de Desarrollo Social de la Nación.

Según precisaron desde el organismo, la iniciativa se creó en el escenario de una severa crisis en la Argentina y se enfoca desde entonces en contribuir a garantizar la soberanía y seguridad alimentaria en zonas urbanas y rurales.

 

 

Se impulsa además en la agroecología para el auto-abastecimiento, la conformación de sistemas locales de producción, el arraigo y la organización social, a través de la capacitación, la asistencia técnica, el desarrollo de tecnologías apropiadas y el financiamiento de proyectos productivos.

Más de 4 millones de beneficiarios

En la actualidad, el ProHuerta tiene más de 4.000.000 de personas como beneficiarias, gracias a una red federal de 9.192 promotores voluntarios –un 67 % son mujeres–, 744 ferias agroecológicas y la coordinación con más de 3.000 organizaciones e instituciones. Del total de las huertas con las que trabaja en todo el país –637.847– casi el 97 % son familiares.

Para Susana Mirassou, presidenta del INTA, el ProHuerta es la nave insignia del organismo y busca “mostrar cómo se pueden hacer las cosas bien, complementando esfuerzos y poner en el centro de la escena a las organizaciones barriales y rurales”.

Según resaltaron desde el organismo, el programa tiene un rol educativo, pero también tiene “la capacidad de potenciar vocaciones sobre la siembra y la cosecha de frutas y verduras para acceder a los alimentos en zonas muy lejanas”.

“Las 3.000 organizaciones e instituciones que trabajan junto con promotoras y promotores barriales llevan el trabajo del ProHuerta a los rincones más recónditos del país”, comentó Mirassou.

En la actualidad, “el trabajo del ProHuerta, además del abastecimiento de las familias, tiene que ver con la comercialización de los excedentes, la producción agroecológica, el acceso al agua potable y el desarrollo de ferias y mercados populares de proximidad, entre otros aspectos”, destacó la titular del INTA.

 

 

El programa en sus inicios

Desde el organismo nacional recordaron que el programa se inició en el marco de la crisis de 1989, que produjo un colapso en el abastecimiento alimentario para los sectores más vulnerables de la población. Con esa situación, que persistía a comienzos del siguiente año, el INTA empezó a dar forma a un programa de huerta y granja.

Según consignó Daniel Díaz, coordinador del ProHuerta desde su creación hasta el 2006, lo armaron en tiempo récord, a pedido de la Secretaría de Agricultura –en ese momento a cargo de Felipe Solá–, con expectativas de acceder al financiamiento del ministerio de Bienestar Social.

Es que de acuerdo a investigaciones del Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires sobre la evolución del consumo de alimentos en Argentina, “lo que se veía era que, en los sectores más vulnerables de la población, la baja del consumo de frutas y hortalizas era muy marcada, y que ello tenía consecuencias en la salud de las familias”, manifestó Díaz.

Un nuevo ministro de Bienestar Social echó por tierra la posibilidad de ese financiamiento. No obstante, “se resolvió continuar con el proyecto de acuerdo con las capacidades presupuestarias que tenía el INTA”, acotó Díaz.

Impactos actuales del Prohuerta

Para las huertas familiares -617.975 a lo largo del país- y las comunitarias (1.826), los modelos atienden apropiadamente las condiciones de autoabastecimiento. Con respecto a las escolares (13.000), cumplen un rol motivacional y pedagógico y complementan subsidiariamente el aprovisionamiento del comedor.

Por las evaluaciones nutricionales realizadas, según las estimaciones de producción de huertas familiares típicas, las mismas cubrirían alrededor del 72 % de la recomendación global de consumo y cerca del 75 % y 37 % de las recomendaciones de vitaminas A y C, respectivamente.

En términos de nutrientes críticos (no aportados por otros programas alimentarios), ProHuerta permitiría, acompañado de una propuesta regular de educación alimentaria, “un salto cualitativo hacia la diversificación de la dieta de las familias beneficiarias”.

En articulación con instituciones locales, en los últimos años, más de 16 mil familias de los parajes donde el agua es insumo crítico, “están logrando acceso directo mediante tecnologías como cisterna placa, protección de vertientes, pozos someros, represas, canalizaciones y perforaciones”, según precisaron desde el INTA.

Desde la perspectiva ambiental, el ProHuerta contribuye a mejorar las condiciones sanitarias del área donde discurre, fortalece la biodiversidad con la producción de especies autóctonas o desplazadas adaptadas a nivel local e integra técnicas ancestrales con avanzados conocimientos agronómicos, a fin de facilitar a la población destinataria que produzca sus alimentos de manera eficiente, social, económica y sustentable, teniendo como eje principal la agroecología.

El relevamiento de las áreas en que se sitúan las huertas y granjas involucradas revela que casi el 70 % está en las áreas urbanas y periurbanas de más de 3.700 localidades, barrios y parajes de todo el país. De ahí que está estrechamente vinculado al concepto de “agricultura urbana”.

Más allá de las fronteras

Por el interés que despertó por parte de organismos internacionales, el ProHuerta trascendió las fronteras. A mediados de los 90, fue requerido para ir a Armenia, donde en dos años, se produjeron más de 1.000 huertas y se tradujeron los materiales al idioma de ese país.

En 2001, Panamá pidió conformar un programa equivalente en ese país y luego sucedió lo mismo con Colombia y Bolivia.

A través de Naciones Unidas, en el año 2005, la Argentina fue convocada a colaborar con la pacificación y desarrollo de Haití, mediante la participación del INTA, el ministerio de Desarrollo Social y la Cancillería, lo cual dio lugar al programa Pro-Huerta Haití.

Con más de 10 años de duración, un equipo de casi 30 técnicos haitianos y aporte de ocho cooperaciones internacionales –principalmente de Canadá, España y Unasur–, alcanzó a cerca de 300 mil personas en todos los departamentos del país. Esta experiencia le valió al país un premio de Naciones Unidas.

Después se iniciaron proyectos con Guatemala y Mozambique y comenzaron los cursos internacionales en la Argentina, para técnicos de América Latina y el Caribe y África –con apoyo del Ministerio de Desarrollo Social, INTA, Cancillería y JICA– para diseñar programas equivalentes al ProHuerta.

 

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