A 40 años de la guerra de Malvinas: cómo fue la vuelta a casa

Elegido por sus compatriotas, Claudio Javier Lescano es el presidente de la Asociación de Veteranos de Guerra de Villa Gesell, un espacio en el que sus integrantes deciden tratarse como amigos y con pocas formalidades. Porque a 40 años de la Guerra de Malvinas entienden que los únicos que pueden ponerle palabras a los momentos más crudos que vivieron son ellos mismos, entre camaradas.

En el marco del Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas, Telégrafo conversó con este “soldado clase ‘62” que cumplió sus 20 años entre bombardeos y balas, refugiado en un pozo de zorro donde la marea entraba y salía para congelar sus músculos ya entumecidos.

 

Claudio Lescano a sus 59 años. Tenía apenas 20 cuando enfrentó a los ingleses en la guerra por las islas Malvinas. (Fotos Ricardo Stinco)

La Compañía de Comunicaciones Mecanizada 10

Hacía sesenta días que con sus compañeros de colimba habían empezado la cuenta regresiva típica de los presos que esperan cumplir su condena. Faltaban sólo nueve para el día de “la baja”, como llaman quienes realizaron el Servicio Militar Obligatorio en Argentina al momento en el que dejaban de ser soldados y volvían a su vida de civiles.

El 11 de abril de 1982, ahora sí sin una fecha de regreso, lo llevaron para las islas Malvinas. Le tocó pertenecer a la Compañía de Comunicaciones Mecanizada 10 cuyo objetivo era mantener el tendido de líneas que comunicaba regimientos y grupos de avance. Líneas alámbricas que los ingleses cortaban para interrumpir el funcionamiento y los soldados argentinos debían reparar con urgencia.




Lescano pasó sus días entre alertas rojas, violetas, naranjas y de otros tantos colores del arco iris, porque aunque en la instrucción las órdenes eran hablar con propiedad a través del radio, en la práctica “nos quedamos sin municiones la puta que te parió” se entendía con mayor claridad.

Aunque no estaban en el frente de combate, ellos, los de “la Compañía”, debían llevar y traer los equipos a primera línea. Fue allí donde hirieron a varios. Sólo uno murió, el asistente del jefe, cuando una pared cayó encima suyo tras un bombardeo en un lugar de reunión a la que habían asistido todos los superiores.

 

 

“Los loquitos de la guerra”

Claudio Javier Lescano en total estuvo 76 días en la guerra, contando seis como prisionero y siete del viaje de vuelta. Y aunque la garganta se le cierra cuando recuerda los combates más intensos en los que participó, son sus ojos vidriosos los que muestran el dolor que sintió por más de veinte años al ser maltratado por la sociedad.

Después de una semana de viaje, un colectivo con todas las ventanas tapadas “para que la gente no nos viera” llevó a los soldados que llegaban de la guerra hasta Campo de Mayo donde durmieron con ropa nueva y al día siguiente los distribuyeron a cada uno en su regimiento. En la Compañía faltaba el jefe, pero nada frenó a los 70 soldados que querían recuperar sus vidas y desafiaron a los tres cabos de guardias que no pudieron frenarlos con sus fusiles.

A una hora y media de su casa en Temperley, su hermano y su papá fueron a buscarlo. Ese 27 de junio de 1982 por la tarde lo recibieron familiares, amigos y vecinos con el aroma de un pollo horneado hacía algunas horas. Estaba frío pero Claudio necesitaba comerlo igual, lo deseaba después de pasar semanas enteras tomando mate cocido y caldo un poco espeso en las únicas dos colaciones diarias. No pudo. Masticaba dos o tres veces y las mandíbulas se le cansaban, se le acalambraban tanto que no soportaba el dolor. Recién una semana después logró comer algo sólido.

 

Los veteranos de Malvinas que viven actualmente en Villa Gesell. (Fotos Ricardo Stinco)

 

De esos primeros días en su casa se acuerda de las ganas de manejar, agarrar el auto y sentir independencia. Pero en la negación de su padre sintió el rechazo de una sociedad que lo volvería a golpear más de una vez.

Con intención de seguir estudiando, rindió las materias que debía del secundario antes de ir a la guerra (irónicamente una de ellas era inglés) y con su título de Perito Mercantil se anotó en la universidad para ser veterinario. A días de rendir los exámenes de ingreso bien y empezar las cursadas notó que su falta de atención se había modificado. Nunca había tenido problemas para estudiar y ahora no se concentraba al leer por más que intentaba hacerlo en voz baja, en voz alta, solo, acompañado, con poca luz, con mucha luz, de día, de noche. “Hacía todo lo posible pero no podía retener la información”, dice hoy a sus casi 60 años y le pone nombre a lo que sintió como su primera gran frustración de la postguerra.




Sin poder estudiar no le quedaba otra que trabajar. Con su capacitación contable se presentó en un banco donde tras pasar las pruebas de conocimiento, los exámenes físicos y las entrevistas personales se acordó de decir que había estado en Malvinas. “Me felicitaron y me dijeron que me iban a llamar”, cuenta. Nunca lo hicieron.

Hoy, con una larga lista de momentos similares, Claudio sostiene que durante muchos años “por haber sido veterano se cerraban puertas”. “Éramos mala palabra”, afirma.

 

 

“Ni la sociedad ni nosotros estábamos listos para convivir en un momento de postguerra, teníamos entre 18 y 20 años y pensábamos con alguien de 50, y eso desencajaba”, resume sincerándose con él mismo y concluye esta entrevista: “Vivíamos cada día como si fuera el último porque no sabíamos si al otro día nos íbamos a levantar o no”.

En la Guerra de Malvinas murieron 637 soldados argentinos. Otros tantos fallecieron por falta de cuidado médico ante el desconocimiento o la poca atención. Más de mil se quitaron la vida tiempo después de su regreso, sin poder soportar los tormentos y quizás, en el calor de una casa que ya no sentían propia.

 

Claudio Lescano junto a Daniel Arbizu, compañero veterano quien fue a la guerra de Malvinas como integrante del buque hospital Bahía Paraíso. (Fotos Ricardo Stinco)

 

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