El sueño arroja información muy valiosa para la mejora de la salud
Desde que hace ya más de cinco años Apple lanzase su primer reloj inteligente, muchas personas se han empeñado en medir la calidad de su sueño. A simple vista, no parece un dato excesivamente importante más allá de conocer el número de horas de descanso real o descubrir si roncamos sin darnos cuenta. Sin embargo, detrás de nuestro tipo de sueño o su calidad se esconden numerosos datos que pueden ser de gran interés para elaborar estudios y diagnósticos médicos, y no sólo en cuestiones de salud mental, sino que pueden ayudar a detectar incluso déficit nutricional.
Sí que es cierto que las áreas de la medicina relacionadas con la psicología y la psiquiatría suelen prestar atención a los sueños más comunes. No deja de resultar curioso que millones de personas alrededor del mundo, con vivencias diferentes, con coyunturas socioculturales distintas, puedan coincidir y soñar de manera recurrente que vuelan, o que hacen un examen, que están desnudos en público o que se caen, entre otros clásicos. Este tipo de historias que el cerebro genera cuando no controlamos su actividad son un reflejo, normalmente, de las cuestiones que más nos importan, y por norma general solemos dar más importancia a aquello que nos preocupa y deseamos resolver. De manera inconsciente, estamos manifestando cómo nos afectan incidentes de nuestra vida diaria, y un terapeuta capacitado sabrá enfocar la terapia en consonancia a esta reacción onírica.
Yendo un poco más allá, los sueños lúcidos, por ejemplo, en los que el sujeto es capaz de controlar un aspecto (sólo un aspecto) de dicho sueño y conducirlo a su antojo, se producen con mayor frecuencia en menores de 25 años, pero de aquí en adelante, parecen afectar más a personas con caracteres fuertes o propensas a la ansiedad y la depresión, y también a personas abiertas a la comunicación (no necesariamente a personas amables aunque no es excluyente). El sueño lúcido puede llegar a convertirse en una patología si va ligado a la parálisis del sueño (cuando el cuerpo aún no ha despertado pero la mente sí), derivando en un estado en el que parte de la ficción del sueño se filtra en la vida real. La parálisis del sueño afecta a más personas de lo que parece, y en algunos casos más extremos termina por convertirse en narcolepsia (quedarse dormido en cualquier lugar y momento, alternando momentos de sueño o vigilia en situaciones improcedentes).
Los sueños lúcidos pueden ser, no obstante, muy terapéuticos si el sujeto los reconduce en su provecho, por ejemplo, para superar temores, y pueden suponer un ensayo a situaciones que se darán en la vida real y a las que debemos hacer frente. Si por norma general no somos capaces de recordar nuestros sueños, es muy probable que se deba a una alimentación con deficiencias de algunos nutrientes. La vitamina B6 puede ayudar a recordar por la mañana lo que hemos soñado durante la noche, y por supuesto a poder controlar los sueños lúcidos con maestría. Por otra parte, el clima también puede afectar de manera significativa al tipo de sueño (si es reparador o soñamos pesadillas). Un ambiente frío no propicia sueños agradables.
Debemos tener en cuenta las recomendaciones de los expertos, además, respecto a las horas de sueño y descanso que necesitan nuestro cuerpo y nuestra mente: dormir menos de seis horas de manera recurrente afectará tanto a nuestra estabilidad emocional como a nuestras funciones motoras, pero cuando dormimos más de ocho horas (en edad adulta) o incluso pasamos la mitad del día durmiendo, el efecto también puede ser negativo, y de hecho, revelaría que el sujeto trata de emplear el tiempo de sueño como un escape o huída de la realidad, en cuyo caso, será necesaria una intervención médica a nivel psicológico o psiquiátrico para restablecer el orden natural de descanso y la salud mental y emocional.