Un recorrido por la reserva Faro Querandí y una cruzada por el parque nacional

Mientras políticos de veredas opuestas y con la misma camiseta debaten si autorizan o no que la Reserva Natural Municipal Faro Querandí se convierta en parque nacional, la naturaleza espera. En silencio. 

No hace falta ser científico para darse cuenta que el cambio sería un gol de media cancha. Calzarse un par de zapatillas, pantalón largo y destinar un día para investigar el terreno es suficiente.

Por un lado, las 6.000 hectáreas de médano son la reserva de arena perfecta para abastecer las playas de Mar Azul, Mar de las Pampas, Villa Gesell y otras localidades ya que la corriente de deriva litoral provee de arena a las costas en el flujo de sur a norte.

 

La reserva natural Querandí en Villa Gesell desde la cima del faro. (Fotos Ricardo Stinco)

 

El acuífero que se encuentra debajo de las dunas y permite encontrar agua potable en algunos lugares a 50 centímetros del suelo, es la otra razón esencial. Su fácil acceso es una gran ventaja pero también un peligro de contaminación si no se lo protege.

“Además es fundamental la altura de los médanos porque son los que generan presión para que el mar no ingrese en el acuífero y el agua dulce se vuelva salada”, contó a Telégrafo el guardaparques Pablo Domínguez en una recorrida por la reserva.

 

Pablo Domínguez es guardaparque desde hace más de dos décadas. (Fotos Ricardo Stinco)

 

El problema de las 4×4

Las playas de la reserva son altamente buscadas por los aficionados al off road que buscan con sus vehículos 4×4 un espacio alejado del bullicio del centro para disfrutar en familia, hacer un asado o pescar. Se calcula que unas 1.000 camionetas y cuatriciclos circulan por esa zona un día de temporada alta.

“El problema es que muchas veces no respetan la naturaleza”, sentenció el guardaparques. Entonces por ejemplo pisan los berberechos que están en la orilla, los huevos de aves más cerca del médano, y hasta los pichones como el ostrero que aún no saben volar y atraviesan el ancho de la playa caminando para alimentarse en el mar.

 

La actividad humana sin control genera daños en el ecosistema de la reserva. (Fotos Ricardo Stinco)

 

Las playas de la reserva son jurisdicción de la provincia de Buenos Aires, por ese motivo los guardaparques no pueden prohibirles el acceso. Lo único que pueden hacer es pedirles que acaten las normas: circular a una velocidad menor a 60km/h y por Playa Media (el espacio que queda entre los médanos y el agua y permite preservar los nidos de aves que se encuentran en la costa y las dunas). 

Con la circulación de los vehículos 4×4 por zonas no permitidas y a altas velocidades se ven afectadas también las aves migratorias como el Playero Rojizo que suele descansar en las playas de la reserva antes de realizar su vuelo hacia el sur argentino. El tránsito frecuente hace que levanten vuelo más veces de lo planeado y pierdan energía en cambio de ahorrarla.




¿Acceso restringido?

Si bien el ingreso a la reserva es gratuito y abierto a todo público, llegar hasta allí no es sencillo ni tampoco barato. 

Quienes lo hacen por la playa y son conscientes de los códigos de la naturaleza, van a pie, enfrentándose a los varios kilómetros que deben recorrer dependiendo dónde se encuentren. Por la arena también pueden hacerlo camionetas 4×4, cuatriciclos y otros vehículos todo terreno. 

 

 

Aquellos visitantes que quieran llegar a la reserva con un auto sin doble tracción no tienen otra opción más que hacerlo por la ruta provincial Nº11. En el kilómetro 429,5 se encuentra el único acceso, la paradoja es que para poder pasar hay que abonar un canon a un privado que ronda en los $800 por vehículo.

Ese camino los dejará a pocos metros del refugio de los guardaparques municipales, donde deberán obligatoriamente estacionar. Vale aclarar que si la intención es conocer el Faro Querandí, aún no podrán hacerlo, a menos que caminen más de 10 kilómetros por la playa. 

 

Fue en el ‘96 cuando se aprobó por ordenanza la creación de la reserva. (Fotos Ricardo Stinco)

 

En primera persona

Apenas pasamos el ingreso, el viento y el canto de los pájaros nos reciben. Puedo distinguir sólo a las cotorras, pero me cuenta Pablo que son alrededor de 150 las especies de aves que habitan el lugar. 

“Mirá, por acá anduvo un zorro”, me dice y veo las pisadas -que a mí me parecen de un simple perro- al lado de nuestras huellas. Se pierden entre los yuyos. En un rato voy a aprender que esos yuyos tienen nombres y uno de ellos es el “Pasto Dibujante” porque es el primero que se asienta en el médano y comienza a darle estabilidad. Por el contrario, los médanos vivos (aquellos que no cuentan con vegetación) cambian de forma y ubicación por la erosión del viento.




“¿A qué te suena este olor?”, me pregunta tras agarrar unas hojitas de una planta un tanto verde plateado. La Marcela tiene un olor tan idéntico al curry que podría confundirse. 

Caminamos unos cuantos metros dentro del pastizal. Parece que acá el sol pega más fuerte o debe ser que las plantas nos refugian un poco del viento, lo cierto es que siento mucho más calor.

Sólo hace falta mirar con detenimiento para darse cuenta que la vegetación es inmensa.

 

Desde 2002 Parques Nacionales comenzó a interesarse por el espacio geselino. (Fotos Ricardo Stinco)

 

“¿Te animás a probar esta semillita?”, me reta. Es de una Yerba de la Perdíz y tiene un sabor dulce. También hay Hydrocotyle, Oenothera, una Vara de Oro que resalta por su color amarillo brilloso, y otras que me nombra pero no alcanzo a anotar. 

Quiero encontrarme con algún carpincho, un ñandú, un tucu tucu, una perdiz, una lagartija, o algún otro animal de los que hace un rato me comentó que viven allí. Pienso: “Algo que llame la atención y le dé color a la nota que voy a escribir más tarde”. Pero nada de eso se nos aparece. 

Recién una media hora más tarde, cuando baje el ritmo y me ponga a tono con el lugar, podré ver lo que la vorágine de la ciudad no te deja: pájaros chiquitos, marrones, con picos brillantes, con alas rojas, histriónicos y calmados, de todas las formas. También las mariposas y los bichos bolita que los agrotóxicos se llevaron en zonas de cosechas, y un carancho inmenso que nos acecha sobre la rama de un árbol.

 

Pablo trabaja sin recibir honorarios en favor de la conservación del lugar. (Fotos Ricardo Stinco)

 

Dedicación por la conservación

Pablo Domínguez es guardaparque desde 1997 cuando terminó el curso junto a otros geselinos que buscan desde ese momento defender el lugar en el que viven de intereses políticos y económicos. 

Cuando en el ‘96 se aprobó la creación de la reserva fue por ordenanza municipal, situación legal que mantiene vigente hasta hoy. Lo cierto es que para retroceder algunos casilleros no hace falta más que las tres cuartas partes del Concejo Deliberante.

“Y allá por 2006 estuvieron a un voto de desafectarla”, recordó Domínguez.




Por eso, el traspaso de la reserva a jurisdicción nacional -o en su defecto provincial- es el gran anhelo de ese grupo de ambientalistas que desde hace más de 20 años realizan acciones en favor de la conservación del lugar, siempre ad honorem. “Sería una forma de protegerla de quienes la ven como una reserva inmobiliaria”, denunció.

Fue en el año 2002 cuando Parques Nacionales comenzó a interesarse por el espacio. “Si finalmente se logra e incluso se une Mar Chiquita, se protegería de esa forma la playa, los médanos, la albúfera, arroyos y campos circundantes y unas millas de mar adyacente”, explicó el guardaparques.

 

El interior del faro Querandí, que en 2022 cumplirá 100 años de existencia. (Fotos Ricardo Stinco)

 

En el último ítem se esconde otra gran necesidad de límites: “Hay barcos que se acercan a menos de 200 metros de la costa, barren el piso con las redes de arrastre y se llevan todo lo que encuentran”. 

“Que se convierta en Parque Nacional Faro Querandí no significa que va a cerrarse al público, todo lo contrario, se convertirá en un atractivo turístico con campamentos científicos, caminatas, travesías y otras atracciones”, sostuvo el ambientalista y aclaró: “Pero controlado”. Porque se puede disfrutar de la naturaleza a menos de 60 km/h.

 

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